jueves, 15 de noviembre de 2007

El lugar de la transmisión en las fronteras del discurso pedagógico

PONENCIA PRESENTADA EN EL IX CONGRESO DE INVESTIGACIÓN EDUCATIVA DEL COMIE, MÉRIDA, YUCATÁN, 8 DE NOVIEMBRE.
SEGUNDA PARTE
Acercamiento al concepto de transmisión

La Real Academia de la Lengua define a la transmisión (del lat. transmissĭo, -ōnis) como la acción y efecto de transmitir (del lat. transmittĕre) que implica trasladar, transferir, hacer llegar, conducir o ser el medio a través del cual se pasa pero también conlleva enajenar, ceder o dejar.[1] Transmitir es confiar, enseñar, entregar a la memoria, entregarse, y todo ello siempre en relacionado con el otro, pensado en términos de la alteridad, tal como lo plantea Silvana Rabinovich.

[…] es enviar de un lugar al otro, pasar al otro lado, recorrer, atravesar, pasar. En la transmisión se aloja la posibilidad de salir del yo auto-referencial y pasar al otro lado, atravesar el espejo. La transmisión exige cierta traslación, entonces el sedentarismo del yo se ve vulnerado […] De este modo, la transmisión sería enviar lejos, a la otra orilla, sin pretender dominar ni saber de qué manera va a diseminarse el puñado de perplejidades dignas de ser legadas. Y así dejar que el tiempo y el viento polinicen libremente a la memoria y al legado […] conformándose con haberle dado un envión a aquello de largo aliento que nos llega desde muy lejos.[2]

Dijimos que la transmisión implica al otro, por lo tanto es una relación entre sujetos y estos son complejos ya que están constituido por un mundo interno lo que se ha denominado como el espacio intrasubjetivo, pero también conformados a través del espacio intersubjetivo donde aparece el vínculo con el otro, en este sentido podemos ubicar un tercer espacio que es el transubjetivo en el que el sujeto se vincula con el mundo socio-cultural en el que se inscribe, aquí se ubica lo público (instituciones y/o grupos). Estos diferentes registros se encuentran imbricados y construyen a los sujetos de manera que marcan sus prácticas cotidianas. Por lo tanto es en el juego e interrelaciones de estos espacios del sujeto donde se tejen los procesos de transmisión, ya que está compuesta por elementos conscientes e inconscientes marcados por la subjetividad, pero también de los grupos e instituciones en contextos determinados históricamente.[3]

Los saberes, valores y creencias transmitidos desde sujetos, instituciones o grupos están atravesados por un contexto económico, político y cultural que condiciona de igual forma esta transmisión legitimándola, asimilándola, integrándola o interrogándola. La transmisión implica el traslado de estos saberes, valores y creencias a determinados sujetos; sin embargo, el paso no es completo ya que los actores retoman de este legado lo que consideran relevante o significativo, de manera que en el pase algo queda fuera, algo se excluye, por lo tanto los agentes resignifican y transforman lo que reciben. Hablamos entonces de que las generaciones retoman pero transforman y excluyen ciertos saberes que les son transferidos, en este sentido se plantea la posibilidad de construir vínculos nuevos y diferentes.[4]

El proceso de transmisión se ve atravesado por múltiples elementos que lo complejizan, pero para avanzar me gustaría abrir los siguientes cuestionamientos: ¿Cuál es la importancia de la transmisión en el complejo entramado social? ¿En dónde, quién y qué se transmite?
Los procesos de transmisión y apropiación de saberes pueden hacerse en cualquier relación de sujetos (la familia, los grupos de amigos, el trabajo, las instituciones comunitarias, los marcos no formales, en la convivencia con los otros) ahí se producen saberes y ello crea lazo social. Actualmente la transmisión de la cultura “atraviesa tanto al sistema de educación formal como al campo educativo de la sociedad más amplia, y es en la mezcla de ambos espacios formativos que se forja la construcción de la subjetividad, lo educativo tiene múltiples recorridos, muchos ignorados por la escuela, esa enorme experiencia y cúmulo de saberes en reconfiguración interpelan al sistema de educación formal y tienen la capacidad para transformarla, por que la defensa de la escuela debe ir acompañada de su constante transformación”.[5]

El lugar de la transmisión en el discurso pedagógico

La transmisión ha formado parte de la construcción de los grupos culturales, es el proceso mediante el cual los valores, ideales, tradiciones e ideologías se preservan de generación en generación y permiten que las identidades culturales y sociales se reconfiguren con el paso del tiempo.
Para muchos grupos étnicos[6] la creación de instituciones comunitarias (la familia, las asociaciones y los clubes, centros de formación) propicia mantener la identificación con el grupo de pertenencia, reproducir la etnicidad y la identidad mediante la transmisión. Estas instituciones posibilitan la reproducción de redes imaginarias y simbólicas, que permiten diferenciar a los actores sociales en sus particularidades y pertenencia a un entorno social, con respecto a los valores, hábitos, costumbres y creencias que una comunidad reconoce como significativos e importantes en la formación las jóvenes generaciones.
Pero estas no son las únicas instituciones que tienen los antes mencionados objetivos, es así que encontramos la inscripción de la escuela. La institución escolar es el principal centro educativo formal reconocido oficial y legalmente como el encargado de la formación de las nuevas generaciones, transmitiendo aquellos contenidos sociales, culturales y cognoscitivos que una sociedad ha configurado como significativos en función de las necesidades, luchas y proyectos que definen el ideal pedagógico de una época, con las implicaciones que esto tiene en la definición de las políticas y condiciones para su implementación y frente a las respuestas que los diferentes sectores despliegan ante este proceso de selección, inclusión y exclusión.
La educación ha sido un componente fundamental en la construcción de trama social y fue pensado por los grupos hegemónicos como una herramienta en la construcción del Estado moderno, y fue sentida por los actores sociales como el camino de la movilidad social e integración a la nación.[7] Por lo tanto la institución escolar hegemonizó los procesos de transmisión y de enseñanza-aprendizaje, ocupando un lugar central en las sociedades modernas contemporáneas, desplazando muchos de los procesos e instituciones que en otras épocas constituyeron la base para la transmisión.[8]
Respecto a la escuela pública Adriana Puiggrós señala:

Su contrato original del siglo XX expresaba el compromiso de enseñar a leer y escribir a todos los ciudadanos, que se constituirán como tales en ese mismo proceso alfabetizador. Como símbolo del progreso y la civilización, el acceso a la cultura letrada y la ulterior ciudadanía constituían los resultados visibles del proyecto alfabetizador.[9]

Particularmente en nuestro país, la Revolución Mexicana significó un momento decisivo en la historia política, social y cultural, marcado fuertemente por el discurso de la identidad e integración nacional, que caracterizó a los gobiernos posrevolucionarios. En esta etapa se buscaba constituir un modo de ser de lo mexicano, lo que propició la lógica de un orden, donde el mestizaje se colocó como el centro de lo que se entendía como la identidad mexicana.
A través de la escuela pública mexicana, el Estado buscaba conformar una cultura y conciencia nacional, basada en los principios de homogenización y expansión nacional que el proceso posrevolucionario demandaba en el emergente proceso de industralización y desarrollo capitalista. En este intento olvidaba los saberes, experiencias e historias individuales y colectivas que portaban los sujetos, así como las características particulares del grupo étnico al cual pertenecían, dejando de lado el contexto y las necesidades particulares de los diferentes grupos.
Esto provocó la desvalorización de la memoria y la experiencia, opacando conocimientos previos y eliminando el valor que ellos tienen, olvidando o desplazando otros espacios donde se tejían procesos educativos y cultural diferentes e incluso antagónicos a los contenidos y dinámicas de la propia institución escolar. La escuela no tuvo tiempo para replantear e imaginar cómo articular otros espacios, que finalmente atraviesan al sujeto.
Al respecto cabe señalar que, si bien en el entramado social de la construcción de la identidad nacional la escuela fue la depositaria de este ideal, cabe preguntarse ¿Cómo se preservaron los saberes de diversos grupos culturales?
De manera paralela, lo quisiera reconocer o negar la institución escolar, existían y existen múltiples espacios de formación que condensan diversos procesos de transmisión, en los cuales surgen, se trasladan y reconfiguran saberes que constituyen sujetos complejos.
[1] Diccionario de la Lengua Española, Vigésima segunda edición, en http://buscon.rae.es/draeI/.
[2] Rabinovich, Silvana, “Transmisores de ilusiones”, en Saberes, identidades e integración de la diversidad. Memoria. México, 2007, por editar.
[3] Carina Cassanello y Maria Elena Avellaneda, “La inmigración judía en la Argentina: génesis de una integración”, en Gómez Sollano Marcela y Martha Corenstein, coords., Educación, integración y alteridad. Discursos y perspectivas. México, DGAPA-PAPIIT- FFyL UNAM, 2007, pp. 201-206.
pp. 201-206.
[4] Ibid, pp. 201.
[5] Rodríguez, Lidia, “Saberes socialmente productivos”, en ponencia presentada en las Jornadas Saberes, Identidades e integración de la diversidad, México, 2007.
[6] “Grupos de personas que por medio de un procesos histórico de larga duración desarrolla una organización social, a partir de la cual produce una cultura propia, representaciones simbólicas que permiten la identidad entre ellos, y redes imaginarias que dan lugar a los ideales de los individuos y a los roles que cada quien juega dentro de esa organización [...] su organización social basada en ideas como la de un origen común o como la de la existencia de una comunidad imaginada, ideas que los mismos miembros del grupo se encargan de transmitir por medio de la historia oral, libros, prensa, gastronomía, fiestas, etc.”. Montes, Olga, “De extranjeros a inmigrantes”, en Revista Semestral de estudios regionales. Eslabones. México, diciembre. num. 10 Sociedad Nacional de Estudios Regionales A.C., 1995, pp.178 y 180.
[7] Rodríguez, Lidia, “Saberes socialmente productivos”, en op. cit.
[8] Para una ubicación sobre el tema, véase: Jiménez G. Marco, “Foucault y el orden del discurso educativo en América Latina”, en Gómez Sollano, coord., Teoría, epistemología y educación: debates contemporáneos. México, Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades/UNAM/Plaza y Valdés, 2002;y Foucault, Microfísica del poder. Madrid, La piqueta, 1979.
[9] Puiggrós, Adriana y Rafael Galiano, dirs., “Consideraciones teóricas”. En La fábrica del conocimiento. Los saberes socialmente productivos en América Latina. Argentina, Homo Sapiens Ediciones, 2004, p. 20.

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